Unas Navidades con chispa
16/12/2025
Tiempo de lectura: 7 min
El mundo digital puede ser nuestro trampolín o nuestro hándicap. ¿Cómo podemos acertar en un entorno que cambia tan rápidamente? En Tiralíneas hemos tratado de responder a esa pregunta a través de un cuento navideño. ¡Esperamos que os guste y que os inspire para 2026!
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Unas Navidades con chispa
Érase una vez, en el Polo Norte, un coqueto taller de artesanía en el que decenas de elfos trabajaban con esmero tallando juguetes, creando manualidades, envolviendo regalos y yendo de acá para allá. Era el famoso taller de Papá Noel.
De repente, apareció un hombre flaco y enjuto vestido con un traje caro. Era Avaricioso Tacañez, actual presidente del Fondo Aguilucho que había comprado el taller hacía un año para evitar que cayera en bancarrota.
—Querido Nicolás, ¿cómo estás? —saludó con su voz aflautada. Sin esperar respuesta, continuó—: Vayamos al grano. Las cuentas del taller no van bien desde hace mucho tiempo, todo está desordenado y tampoco habéis introducido ninguna innovación en siglos.
El matrimonio Noel no se atrevió a replicar y Tacañez siguió su discurso:
—Según el Business Plan que he hecho con la ayuda de mi asistente Mar-IA a vuestras Navidades les falta chispa. Hay que reflotar el negocio y es urgente hacer cambios.
Por ejemplo, las ventas de dulces han caído en picado porque las tradicionales galletas de jengibre ya no gustan. Ahora los consumidores quieren cookies con pistacho. Otro ejemplo: los villancicos. Nadie quiere escuchar cómo unos peces beben en un río. Quieren escuchar reguetón. Al menos, podíais sacar alguna colaboración con Bad Bunny o llamar a Bizarrap para sacar una canción echándole beef al Olentzero. ¡Eso seguro que se volvería viral! —se entusiasmó.
—Dentro de un mes se va a celebrar la gran Cabalgata, el evento más importante de la Navidad en el Polo Norte. La continuidad del negocio depende de que todo salga a la perfección ese día. Si no, los inversores cerrarán el taller, despedirán a los elfos y derribarán el edificio para construir el complejo turístico Vacaciones Nevadas. ¡Me haré rico! —acabó mientras sus ojos brillaban de emoción ante la perspectiva del dinero.
—¡Os deseo suerte! —exclamó con una sonrisa cargada de ironía. Y se marchó.
—¿Qué vamos a hacer? —dijo Papá Noel a su mujer, visiblemente preocupado.
Smarty, la elfa más inteligente y marisabionda del grupo, se había escondido detrás de la puerta del despacho y había escuchado todo. Preocupada, corrió a informar a sus hermanos.
Mientras tanto, llamaron fuertemente a la puerta del taller. Fuera se oían muchas voces. Papá Noel abrió y entraron en tromba Mister Polítiquez, el alcalde; Nieves, la dueña de la tienda de bastones de caramelo; Jesús, de la tienda de belenes; y varios comerciantes y ciudadanos más. Hasta el Grinch había ido hasta allí. Todos hablaban a la vez y vociferaban. No se entendía nada.
Mamá Noel pidió calma:
—¿Qué os pasa?
El alcalde tomó la palabra:
—Tacañez dice que nos vayamos despidiendo de nuestros negocios; que en cuanto cierre vuestro taller derribarán todo el pueblo para construir un complejo vacacional. ¿Es eso verdad?
Mamá Noel les contó todo lo que les había dicho Avaricioso.
—Tenemos que hacer algo. No podemos dejar que cierren vuestro taller, porque si no, todos los demás negocios seguirán su estela. No tendremos más remedio que trabajar en los negocios que pongan —comentó Jesús.
—¿Y si desaparece la Navidad, de qué me voy a quejar? —dijo el Grinch con su característica amargura.
—Trabajaremos todos juntos para ordenar el taller, renovar las canciones y demás —propuso Nieves.
—No tenemos tiempo… Aunque trabajemos todo el pueblo día y noche, este taller es enorme y hay documentos de años y años acumulados. Además, tenemos nuestros trabajos y no los podemos desatender —replicó el alcalde.
El desánimo se cernió sobre todos.
Smarty, seguida del resto de elfos, que habían estado atentos a todo lo que sucedía, se acercó y tomó la palabra:
—Tenemos que usar la tecnología —dijo Smarty.
Los elfos llevaban años tratando de que Papá Noel digitalizase toda la documentación para no perder tiempo y poder dedicarse a lo que más les gustaba: fabricar juguetes y envolver regalos. También habían pensado cómo podían llegar a un público más amplio.
Pero Papá Noel era reacio a todo aquello. Su taller era un negocio familiar que había pasado de generación en generación, y todo había funcionado siempre bien sin tener que recurrir a ninguna de aquellas cosas. O, bueno, al menos, lo había hecho hasta hacía unos años.
—Claro. Hay que usar la tecnología para contraatacar —saltó Polítiquez—. Usaremos a MAR-IA para preparar el desfile y organizar todo.
La gente del pueblo se mostraba dudosa, pero nadie se atrevía a contradecir al alcalde. El futuro de todo el Polo Norte dependía de aquella decisión. Todos se pusieron a hablar a la vez.
—¡No es eso lo que nosotros queríamos decir! —chilló Smarty, aunque nadie la oyó porque su vocecita quedó amortiguada entre el griterío general.
Tras mirar a Mamá Noel y a sus vecinos, Papá Noel dijo:
—Está bien. Lo haremos a tu modo, Polítiquez. Implanta MAR-IA y haz todo lo que haga falta.
Y se sentó en su sofá, resignado y abatido.
La gente del pueblo se marchó ligeramente esperanzada, pero sin poder sacudirse la preocupación del todo.
Fueron semanas de trabajo frenético. MAR-IA dirigía y el pueblo acataba sus órdenes a pies juntillas sin rechistar: organizaban estantes, destruían papeles, pintaban carrozas, anunciaban el desfile… Hacían todo lo que la asistente dijera, por muy descabellado que les pareciera.
Por fin, llegó el día del desfile, y Tacañez y sus secuaces de Fondos Aguilucho se presentaron en el Polo Norte. Había muchas familias con niños queriendo ver el renovado desfile de Navidad que tanto se había promocionado. También los viejos colegas de Papá Noel, como Olentzero y los Tres Reyes Magos, andaban por allí. Nadie quería perderse el evento del año.
Y no era para menos porque habían preparado una Cabalgata de Navidad espectacular. Las carrozas eran más esplendorosas que nunca y tenían mecanismos para que el atrezzo cobrara vida. Pero nadie sabía en qué consistían esos efectos, ya que solo habían sido supervisados por MAR-IA para preservar la sorpresa.
Durante el desfile se iba a proyectar un espectáculo de luces hechas con drones con entrañables escenas navideñas mientras sonaba el nuevo villancico titulado “Papito Noel te trae la Navidad más cuqui”, una combinación de ritmos electrolatinos con sonido de campanillas, zambombas y panderetas. Y para acabar de redondear la experiencia, los elfos iban a repartir cafés de especialidad, chocolate de Dubái y cookies de pistacho entre el público.
Todo estaba listo para que la jornada fuera un éxito.
—¡Cómo odio la Navidad! —exclamó para sí el Grinch, que lo contemplaba todo desde una colina cercana.
La multitud estaba enfervorizada y la Cabalgata dio comienzo. Los únicos que no parecían felices eran los miembros del séquito de Tacañez, que veían cómo sus opciones de hacerse más ricos se esfumaban.
De repente, la carroza de Frosty se paró debido a un fallo en su mecanismo. El muñeco de nieve empezó a girar en su peana cogiendo una enorme velocidad hasta que las chispas provocadas por la fricción prendieron fuego al vehículo y, enseguida, se propagó a los demás. Todo empezó a arder con rapidez.
Al mismo tiempo, las escenas proyectadas por los drones se volvieron extrañas: el reno Rudolph con dos cabezas, árboles de Navidad deformados, velas que parecían derretirse…
Ante semejante visión, los niños empezaron a asustarse y a llorar. Justo en ese instante sonaba el nuevo villancico. Apenas se escuchaban frases sueltas por encima del revuelo generalizado:
—“Tú y yo perreando bajo el muérdago”;
—“Soy Papito Noel y vengo a traer las fiestas”.
La gente atemorizada empezó a huir en masa, llorando y gritando. Mientras tanto, los bomberos llegaron para apagar el fuego. Aunque enseguida lo controlaron y nadie sufrió daños, todo quedó calcinado y destruido. En el Polo Norte solo quedaban los habitantes del pueblo, desolados ante el desastre que había sido todo aquello.
Únicamente Tacañez y su séquito estaban felices. Se acercaron al matrimonio Noel.
—Nicolás, te hemos dado una oportunidad y has fracasado. Mañana vendremos a finiquitar tu taller —dijo con gran entusiasmo y, a continuación, se dirigió a los ciudadanos—. No os preocupéis, no os quedaréis sin empleo; os daremos trabajo en el nuevo complejo vacacional.
Y se marcharon sin más.
El silencio era sobrecogedor. La tristeza lo inundaba todo y, poco a poco, todos se marcharon a sus casas.
Al día siguiente, a primera hora, Tacañez se presentó allí con las máquinas de demolición, tal y como había prometido. La gente, a pesar de su desánimo, se congregó frente al taller para apoyar al matrimonio que siempre les había ayudado.
Avaricioso estaba de muy buen humor.
—Buenos días, Nicolás. Siento que estés pasando por esto, de verdad —dijo, rezumando ironía—, pero es lo mejor para todos.
—Espere un poco, señor Tacañez —dijo Smarty, que apareció por sorpresa—. Tenemos algo que enseñaros a todos.
Nicolás se puso a pensar y no recordó haber visto a los elfos en el desastre del día anterior. Bien pensado, tampoco los había visto mucho en las últimas semanas.
—¿Qué pasa? —inquirió Tacañez, furioso por el retraso en sus ambiciosos planes.
—Mientras todos estabais preparando el desfile, nosotros hemos usado la tecnología para facilitarnos las tareas manuales y repetitivas del día a día. Hemos instalado los siguientes programas: un ERP para tener controlado el almacén, un CRM para poder gestionar la relación con los clientes y diversas integraciones que nos permiten tener los datos de facturación, pedidos y demás automatizados.
Además, hemos creado una página web y una tienda online para que la gente pueda conocernos y hacer sus pedidos por internet. Y las hemos promocionado a través de un Plan de Marketing orientado a nuestro público objetivo: los niños de todo el mundo—sonrió mientras les enseñaba rápidamente la web.
Todos miraron a Smarty y al resto de los elfos que estaban tras ella, con la boca abierta. Nadie se esperaba algo así.
—Esto no cambia nada —gritó Tacañez, fuera de sus casillas—. El taller sigue estando en quiebra.
—No, no es así —replicó Smarty—. Gracias a la estrategia de marketing, durante estas semanas hemos conseguido aumentar los pedidos un 80% —Smarty mostró los datos.
Los ciudadanos del pueblo estaban impresionados ante las acciones que los elfos habían llevado a cabo en secreto.
En ese momento sonó el móvil de Avaricioso. Eran los inversores. Smarty les había mandado un informe completo. La previsión de ingresos era mejor que la que iban a conseguir con el complejo turístico y, en términos de reputación de marca, era mucho mejor mantener el taller que destruirlo.
Los datos no dejaban lugar a dudas: a los usuarios les seguían interesando los juguetes y los dulces tradicionales, si se los ofrecían con un lenguaje que conectaba con ellos y en los canales de comunicación que les gustaban. Le ordenaban a Tacañez abortar el plan, marcharse y llevarse con él las máquinas destructoras. Avaricioso estaba rojo de ira.
—¡Esto no quedará así! —chillaba mientras se marchaba, herido en su orgullo.
Todo el pueblo aplaudió.
—¡Vivan los elfos! ¡Habéis salvado la Navidad! ¡Habéis salvado el Polo Norte!
Papá Noel no sabía qué decir y solo musitó:
—Muchas gracias, pequeños. Habéis salvado el negocio de mi familia, mi forma de vida y la de todo el pueblo. Nunca podré devolveros todo lo que habéis hecho por mí.
El alcalde preguntó:
—¿Cómo habéis conseguido hacer todo esto con tecnología si nosotros también la usamos para el desfile y todo fue un desastre?
—Hemos usado la tecnología, incluso a la asistente MAR-IA, pero no hemos dejado que ella dirigiera las tareas. Nosotros hemos decidido qué había que hacer y cómo. La tecnología no sustituye a las personas. Solo es una herramienta para ayudarlas —explicó Smarty.
Papá Noel se lamentó por haber sido tan necio y no haber hecho caso antes a sus inteligentes y fieles elfos.
—A partir de ahora, confiaré en vuestros consejos —prometió Papá Noel.
—Al final, sí que han sido unas Navidades con chispa —bromeó el jefe de bomberos, tomándose con humor lo sucedido el día anterior, ahora que las Navidades estaban salvadas. Y todos rieron con alegría.
Papá Noel dijo:
—Y ahora, a trabajar. Esta noche tengo que llevar los regalos a todos los niños. Mañana daremos un gran banquete para celebrar la Navidad todos juntos.
Al día siguiente, no faltó nadie a la cita. Hasta el Grinch se pasó para quejarse de la comida y la felicidad que reinaba.
Los años siguientes, el pueblo del Polo Norte siguió estando unido y trabajando para crear la mejor Navidad posible para todos los niños y sus familias, usando la tecnología con cabeza y, sobre todo, con corazón.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Todo el equipo de Tiralíneas os desea
una feliz Navidad y un próspero año 2026.
Y tú ¿qué opinas? Déjanos tu comentarios.
¡Nos encanta leerte!

